A mediados de 2011, en el mismo año que un gran terremoto devastó la zona oriental de Japón, un puñado de ingenieros nipones llegó al vado de San Pancho, sobre el río San Juan, con la misión de hacer el puente Santa Fe, el más grande que se ha construido en el país y el primero sobre ese emblemático caudal. No había mucho que ver en ese punto: un potrero, una caseta en el lado sur, carros y buses viejos aparcando entre nubes de polvo, y un gentío bajando en medio de un calor desesperante. En el borde del río había más gente —siempre hay— esperando el bote de turno para cruzar, por 20 pesos, al otro lado y avanzar a Tablillas, a ocho kilómetros de allí, hasta la frontera con Costa Rica.
En la otra orilla, el paisaje no era muy distinto: otra caseta sin paredes, con venta de agua, gaseosas y comida frita, arropada por la sombra de un par de árboles frondosos, y más gente, con sacos y maletas, trepando a unos jeeps maltrechos, buscando su exilio económico.
En el área del potrero, a unos 300 metros del río, en el lado sur, se instaló la planta que, con sus maquinarias (excavadoras, mezcladoras y trituradoras), atrajo un hormigueo humano. La mayoría de los obreros que se contrataron para construir el puente provinieron de San Carlos y de los caseríos Melchora y Las Azucenas. Francisco Solís, graduado en Administración Agropecuaria en la Universidad Nacional Agraria (UNA), dice que trabajó cinco meses como ayudante de albañil.
Las Azucenas también aportó parte del material selecto usado en la construcción. De un tajo del cerro El Mono, la loma que a mediodía se mira azulada desde San Pancho, se arrancaron las rocas que ya molidas dieron 20,000 metros cúbicos de piedrín, o material selecto.
Pasaron los meses en San Pancho. Mientras tanto en San Carlos, la cabecera departamental, por fin, tras medio siglo de espera, celebró la inauguración de la carretera Acoyapa-San Carlos de 130 kilómetros. La parálisis, el olvido, el abandono, la mala suerte de la región cambió de pronto. Primero fue el malecón y la inyección de capital al turismo a través de la ruta del agua (que fue apoyada por el Banco Interamericano de Desarrollo-BID), luego la carretera y ahora el puente.
Siete meses después que arrancara la construcción del puente, en febrero de 2012, llegó el mandatario Daniel Ortega, y el embajador nipón, Jiro Shibasak, a colocar la primera piedra de la obra. “La primera piedra que se coloca cuando ya la obra ha arrancado. Me cuesta poner primeras piedras donde no hay”, dijo Ortega quien también resaltó, en esa ocasión, que la obra “mueve la economía desde esta zona hasta la zona del Pacífico, hasta el puerto de Corinto”.
Poco a poco, en el sector de San Pancho se fue viendo eso que los ingenieros llaman zapatas, que son las bases del viaducto. Más tarde, en el lecho del río se armaron cinco gruesas columnas sobre las cuales se fue tejiendo luego una lengua larga de cemento de casi cuatro cuadras, que estará listo a mediados de abril. Hacer esos pilares sobre el río no fue tarea fácil, reconoce el ingeniero japonés Junichi Wada, jefe supervisor de la obra que trabaja para la firma Central Consultant Inc. Cada pilar requirió cuatro meses de trabajo porque hubo que hacer un encerramiento dentro del río, luego achicar el agua y después montar más zapatas.
Sin proponérselo, la construcción del puente, donado por Japón a un costo de 30 millones de dólares, se volvió un atractivo turístico más del río.
Muchos lugareños perdieron interés en las garzas blancas que se bañan en las márgenes, en las bandadas de chocoyos que sobrevuelan y en los lagartos echados en el delta del San Juan, y se pasmaron contemplando el gran armatoste de concreto que se iba alzando lentamente sobre el cauce. Los que salían de San Carlos río abajo rumbo a El Castillo o a San Juan de Nicaragua, empezaron a retratar el puente con sus cámaras celulares. San Pancho es parada obligatoria para los botes. Allí se bajan decenas de nicaragüenses que van a entrar ilegalmente al vecino país. Santos Daniel Aguirre, un cambista que ha estado en la zona en los últimos cinco años, ha sido testigo de los cambios que, desde mediados de 2011, ha experimentado la zona.
Aguirre está contento pero también inquieto con el puente. Por las noticias ha escuchado las declaraciones del ministro de Transporte e Infraestructura (MTI), Pablo Martínez, diciendo que ese nuevo paso será un alivio para el transporte de productos que sale del norte y centro del país hacia Puerto Limón, Costa Rica, y que ahora salen por el puesto fronterizo de Peñas Blancas, lo que alarga el traslado en 18 horas. Sin embargo, Aguirre cree que con el puente va a cambiar su lugar de trabajo. Ya no tendrá sentido estar al otro lado del río esperando a que los nicas bajen de los botes y cambien a colones los últimos córdobas que llevan. Ahora, ha pensado, la jugada del “cambismo” estará más allá en Tablillas. “Creo que tendré que moverme para allá”.
¿UN NUEVO PUEBLO?
Todavía no se inaugura el puente Santa Fe, que estará a ocho kilómetros de la frontera con Costa Rica y a unos 15 minutos en vehículo, pero Damaris Ortega ya se ha puesto a sacar cuentas de lo que eso significará para su actividad económica. “Yo creo que allá va a estar el negocio y que el comercio aquí en San Carlos se va a caer”, dice con la serenidad de una pitonisa.
Ortega, una mujer que no llega ni a los 30 años, se dedica a vender en la acera de la terminal de pangas en San Carlos, sandías, tomates y legumbres frescas que le traen dos veces a la semana desde Managua por la nueva carretera Acoyapa-San Carlos. Hace seis años, cuando la única vía terrestre para llegar a San Carlos era una sufrida trocha, eso era impensable. El producto llegaba podrido y podía costar tres y cuatro veces más que ahora. No llegaban, como ahora, camiones distribuidores de otros alimentos. Ni tampoco las casas comerciales que dejan electrodomésticos fiados por el mismo sobreprecio que en la capital. No llegaba ni gente. San Carlos y el departamento de Río San Juan en su conjunto, era visto como algo lejano y aislado del resto del país. Los únicos que pasaban, y lo siguen haciendo, eran centenares de nacionales que iban a cortar piñas y cítricos al vecino país.
Carlos Matamoros, propietario del comedor La Fortaleza, cree que San Carlos, y en realidad todo el departamento de Río San Juan, ha dado suspiros económicos a partir de la carretera que esperaron “toda la vida”, por eso ahora, con el puente Santa Fe, la expectativa no puede ser menor. Hay muchas preguntas entre la gente y cierto temor.
Damaris Ortega no se aguantó y fue a la Alcaldía a consultar su traslado a la zona donde estará el puente. “No me dijeron nada”, dice la mujer que se pone delantal y se pinta los labios en rojo.
PLEITO CONVENIENTE
En 2010 cuando estalló el nuevo conflicto limítrofe entre Nicaragua y Costa Rica, por el tramo de 2.5 kilómetros conocido como Harbour Head en la parte final del río San Juan, en San Carlos, situado en la juntura del río y el lago Cocibolca, los turistas nacionales y extranjeros eran contados. En el año, no llegaban ni 10,000 recuerda Henry Sandino, empresario del turismo en la zona y presidente de la cámara nicaragüense de la Micro, Pequeña y Mediana Industria Turística (Mipymes) de Río San Juan. En el último año, Sandino calcula que entraron al departamento cerca de 60,000 turistas nacionales.
“Eso es increíble. A raíz del conflicto mucha gente nicaragüense vino a conocer el Río San Juan”, dice Sandino quien explica que las condiciones para el turismo en el departamento comenzaron a mejorar con la implementación del proyecto la ruta del agua, que ayudó a mejorar mucho la infraestructura turística. Hubo apoyo económico para construir hostales, habitaciones, comedores. Ahora existen 2,000 camas en todo el departamento que tiene atractivos turísticos como el archipiélago de Solentiname y Papaturro, El Castillo con su fortaleza de piedra a un lado del río, y el paseo a la reserva Indio Maíz y a San Juan de Nicaragua.
Algunos lugareños, en tono jocoso, han dado gracias a la saliente mandataria costarricense, Laura Chinchilla, por el pleito. “De lo contrario Río San Juan seguiría olvidado”, comentan casi al unísono varios lugareños.
Sandino recuerda que antes de que reventara las diferencias entre nicas y ticos por Harbour Head, estaba por concretarse el arribo masivo de turistas desde Costa Rica. Se había conversado con unas 20 turoperadoras, pero automáticamente el acuerdo se desvaneció con las declaraciones guerreras de los gobernantes a un lado y otro de la guardarraya. Hubo mucha mala propaganda contra Nicaragua, recuerda el presidente de Mipyme. La gente pensaba que iba a encontrar armados y pueblos militarizados. No obstante, dice que no se rompieron las relaciones con las empresas turísticas, “se han mantenido las relaciones cordiales y la buena convivencia con los pueblos fronterizos ticos”. Después de todo —recuerda Sandino— el 60 por ciento de la gente que vive en la zona norte de Costa Rica es de origen nicaragüense.
El conflicto también atrajo curiosos, dice Matamoros, quien recuerda que desde su comedor, La Fortaleza, que está frente al malecón, había turistas nicas y extranjeros que se plantaban a ver el frente, creyendo, equivocadamente, que iban a ver policías ticos patrullando. “Tenía que explicarles que el territorio tico está a unos 80 kilómetros de aquí, y que lo que miraban era el lago y territorio nica”, dice Matamoros.
Sandino cree que el puente abrirá grandes posibilidades al turismo en el departamento, por eso, además de los tres circuitos ya conocidos, se están creando condiciones para vincular a San Miguelito, Morrito y El Almendro en el despegue turístico, que según el empresario, traerá el puente.
En cualquier esquina que uno se detenga en San Carlos hay entusiasmo con la obra de los japoneses. Un funcionario de gobierno, que prefirió omitir su nombre por temor a represalias, dijo que en las próximas semanas abrirá sucursal otro banco, sería el tercero en la zona. También, explicó, que se abrirá un supermercado.
Otros que esperan beneficiarse con el puente son los ganaderos. Carmen Sequeira, ganadero de Chontales, dice que ese sector tiene expectativas de negocios con fincas ganaderas costarricenses cercanas a la frontera.
MIGRANTES
En la parte norte del puente, el trayecto hacia Tablillas está inundado de naranjales de la empresa Frutales del Río San Juan. Esta es época de cosecha. Llegan cortadores de otros departamentos del país como Manuel Condega, de Ometepe. Condega dice que gran parte de la cosecha se va a Costa Rica, y otra se queda en el país. La que se va sale por furgones y siguen por una trocha y pasan a un lado de Tablillas, donde todavía no está abierto el paso a Costa Rica. La frontera está marcada por una alambrada. Sin embargo, esto no impide que unos 600 nicaragüenses salgan diario por ahí. Otros tantos se desgranan por el San Juan, tres millas abajo de El Castillo.
“Váyase caminando por la alambrada y cuando no vea a nadie cruce”, sugiere uno de los tres militares nicaragüenses que están en Tablillas, resguardando el edificio de Migración que se abrió hace pocos meses en el lado nicaragüense, pero que aún no funciona por la sencilla razón que en la lado tico no habría dónde sellar entrada.
En uno de los huecos de esa alambrada aparece Marvin Rodríguez, originario de Acoyapa, quien viene custodiando una carretilla metálica en la que le traen media docena de sacos. Son las pertenencias que ha acumulado a lo largo de 18 años. Rodríguez dice que ya no va a volver al país vecino, que se está regresando de viaje a su pueblo. Tal vez mienta para despistar, quién sabe. Almuerza en el comedor de Tablillas, al rato toma un jeep que a los pocos minutos lo acerca a San Pancho.
Desde que abrió la carretera a San Carlos bajó la demanda de pasajeros del barco que sale martes y jueves desde Granada, y que pasa por Ometepe, Morrito y San Miguelito. Matamoros teme que el transporte acuático pierda fuerza ahora con el puente. De hecho, los propietarios de las cuatro concesiones de botes en San Pancho, los que cobran 20 pesos por persona, están preocupados. Santos Daniel Aguirre, el cambista, que conoce a varios, dice que están preocupados, pero cree que algo se inventarán. Quizás migren o se queden a fundar un nuevo punto de comercio en Santa Fe.
LA PRENSA
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