Parte de esas cifras toman voz y rostro en el departamento de Nueva Segovia, donde el despale indiscriminado y las pocas lluvias han secado ríos por completos.
Agua escasa en Nueva Segovia
Se acuestan temprano, después de apagar los candiles o las astillas de ocote, porque la luz eléctrica aún no la conocen, pues al amanecer les espera la tediosa rutina de acarrear el agua con baldes en la cabeza desde casi un kilómetro de distancia.
Pero la distancia es lo de menos para Juana Basilia Suárez Jiménez y para todas las mujeres del caserío del sector de “Los Suárez”, en la comarca de Santa Bárbara, jurisdicción del municipio de Jalapa; lo peor es que los únicos dos pozos que los abastecen, se están secando, y en abril ya no habrá agua que sacarles.
“Cuando tenemos cerdos o animalitos tengo que echar cinco viajes por la mañana y cinco por la tarde. Ya nos estamos quedando sin pelo”, dijo en referencia al peso que significa cargar el balde con 18 litros de agua sobre la cabeza.
Esperan horas para que manantial fluya
Las mujeres de la comunidad coinciden en una misma hora para acudir al pozo: a las 4 de la madrugada, a las 9 de la mañana, y a las 5 de la tarde, para darle tiempo a que el hueco reúna un poco del líquido que necesitan para todos los oficios domésticos.
El pozo --de unos 10 metros-- está en una hondonada, donde otros vecinos levantan el enchape de otro nuevo de unos 7 metros de profundidad, y que el señor Calixto Suárez Martínez, propietario del terreno donde se ubica, financia con sus propios fondos, igual que lo hizo con el que utiliza la comunidad. “Me agrada que todos se beneficien, porque no hay otro lugar de dónde tomarla”, expresó.
Añadió que el secamiento de las fuentes hídricas se debe, en gran parte, al despale constante en la montaña, por lo cual, las lluvias están aminorando. “Ojalá que sea cierto que viene un proyecto desde río (Musolí), porque así hemos estado durante muchos años”, comentó. El caserío se fundó en 1972 con familias que emigraron de Los Calpules, municipio de Pueblo Nuevo, departamento de Estelí.
Lisandro Suárez, del Comité Pro-Agua para Santa Bárbara, dijo que la comuna jalapeña les ha dicho que el miniacueducto tiene un costo de C$9 millones. “Solo nos garantizan C$1,700,000, y nos piden que aportemos en efectivo el resto. Es imposible, aquí trabajamos días salteados para mantener a nuestras familias”, se lamentó.
Otra preocupación es el secamiento del río Musolí. “Es el mismo problema del despale”, aseguró.
El agua es de color como la leche
Don Apolinar Suárez Martínez excavó su propio pozo en el patio de su casa, de 10 metros de profundidad, y falta enchaparlo con ladrillo y cemento, sin embargo, para su familia es una esperanza contar con el líquido, que se extrae mezclado con un sedimento blanquizco. “Ni modo, así lo tomamos”, acotó.
Ángela Dávila, otra afectada, dijo que el poquito de agua que lleva del pozo de la casa del señor Sixto Suárez Martínez, es solo para tomar. Para cocinar, la llevan de otro pozo menos cuidado, pero que se hierve con los alimentos.
Para el aseo personal y lavado de ropa, “vamos al río, que está a unos 4 kilómetros”, explicó. Para llegar a él lo hacen cruzando cerros, entre pinares, y bajo un intenso calor, ambientado con el sonido que emiten las chicharras.
Por el agua se exponen a riesgos
Don Sixto dijo que se ha arriesgado a desenterrar un pozo que les construyó Cosude, de unos 14 metros de profundidad, y que les dañó el huracán Mitch hace 15 años. Las paredes muestran una fractura del subsuelo, y el boquete de concreto está semihundido.
“Aquí todos andamos charqueando en los pocos nacientes que se secan en verano”, dijo Irene Concepción Ortez Jiménez. “Los niños allí andan con sus baldes, y hasta dejan de ir a la escuela por eso”, apuntó.
La historia de estas familias se repite a lo largo de las comunidades y de las poblaciones ubicadas sobre la carretera de 70 kilómetros entre Ocotal y Jalapa, y que bordean el pie de la cordillera Dipilto-Jalapa. De ahí bajan unos 20 ríos, de los cuales 12 mantienen un caudal permanente en el verano. Abastecen directamente a cuatro cabeceras municipales y a 49 comarcas rurales que reúnen un estimado de 100,000 habitantes.
En Ocotal
El abastecimiento del vital líquido para esta ciudad de 45,000 habitantes, cabecera del departamento de Nueva Segovia, depende exclusivamente del río Dipilto, que al igual que las demás subcuencas de la vertiente de la cordillera Dipilto-Jalapa, poco a poco reduce su caudal en la época de verano, situación contraria a lo que ocurre con su población, cuyo crecimiento es constante, por lo que cada dos décadas casi duplica su cantidad.
Además, la subcuenca que colinda con Honduras sufre la contaminación por el uso de agroquímicos en el cultivo del café, y por el vertido de aguas residuales desde los beneficios húmedos. Se añaden el fecalismo al aire libre, el lanzamiento de desechos sólidos, la deforestación y la extracción de arena y de piedra de su cauce.
Según datos de la Empresa Nicaragüense de Acueductos y Alcantarillados, Enacal, en Nueva Segovia las dos plantas de tratamiento con que cuenta el sistema, procesan 118 litros por segundo, con una producción diaria de 8.5 millones de litros. El per cápita de consumo es de 188 litros por habitante, aunque la distribución por la red no llega equitativamente a todos los sectores de la ciudad y se raciona cada dos días.
Pese a ser la primera necesidad que requiere inversiones, las autoridades aún no presentan un proyecto estratégico que garantice el agua a la ciudad en su futuro.
Campo Hermoso, Jalapa
Según William López, directivo del Comité de Agua, el río Musolí --de donde se abastecen, y que fue uno de los más caudalosos en tiempos pasados--, disminuye su caudal hasta la mitad en la época de verano. “En la parte de arriba (a 7 km), donde está la captación para la comunidad, el agua se profundiza en la arena”, señaló.
Y en invierno no captan nada, porque el dique de contención del agua lo improvisan con sacos llenos de arena y las crecidas lo barren todo.
Mozonte, Salamanca y Las Cruces
Recientemente, pobladores de estas comarcas resolvieron que su demanda más sentida y urgente para solucionar es el agua. “Todos dijimos que es el agua, porque la tenemos muy limitada. La fuente se está secando por mucho despale --en la cordillera Dipilto-Jalapa-- y por el efecto del cambio climático”, expuso Rodrigo José Vanegas Gómez.
Proponen cambiar la tubería en un trayecto de 4.5 km de los 9 de largo que tiene el tendido del conducto, que está conectado al dique de captación en el río de Quisulí. “Es poner de tres pulgadas hasta la comunidad, porque actualmente es de dos, y en el verano, a las casa de arriba no les llega”, explicó.
San Fernando, Aranjuez
En esta comarca de 2,300 habitantes, paradójicamente, a los grifos no les llega nada durante el invierno, porque la pila de captación, situada en el cauce del río La Horca, se anega de arena y obstruye el paso del fluido.
Dominga Córdoba, lideresa comunitaria, dijo que las familias se van a cavar pozos en la ribera del mismo río, que cruza el caserío, y para no beberla contaminada, la cloran con la cooperación del Ministerio de Salud, Minsa.
Dijo que la Alcaldía de San Fernando destinó un presupuesto de US$10,000 para corregir la falla en el miniacueducto. A inicios de febrero, el doctor Jaime Incer Barquero, asesor en temas ambientales de la Presidencia de la República, recorrió parte de la cordillera Dipilto-Jalapa, principalmente donde empresas madereras ejecutan planes de manejo forestal, y donde se encuentran agricultores que tumban el bosque para establecer nuevos cultivos de café y de granos básicos, y desarrollar ganadería.
“Siento aflicción y preocupación por todo lo que vi y comprobé, y sobre todo, por el tipo de violaciones a las leyes más elementales de la conservación de las áreas protegidas y de los bosques, pero también (por) la pérdida del recurso agua”, deploró en esa oportunidad.
(Con la colaboración de Benjamín Pérez).
Informe caótico de ONU en Día Mundial del Agua
De cada 100 nicaragüenses que habitan en zonas rurales, 32 aún están lejos de tener en sus viviendas un grifo del cual puedan abastecerse de agua, y, peor aún, por cada 100 nicas, 63 carecen de un servicio higiénico conectado al sistema de alcantarillado sanitario.
Esto significa que el acceso al servicio de agua limpia en zonas rurales alcanza solo al 68% de la población, y en el caso del servicio de saneamiento, apenas a un 37%, según cifras aportadas por el Banco Mundial.
En Nicaragua, el 43% de las personas pobres viven en zonas rurales; en muchos casos en comunidades remotas, donde el acceso a los servicios básicos se ve limitado por una escasa o nula infraestructura. END